Cuando miro las Obras de Alexis Gómez me encuentro en un viaje al interior de piedras y cristales, un vuelo por topografías mentales, pero también por mundos "analíticos a priori" gobernados por números y secuencias, por progresiones, relaciones y proporciones que incluso suenan, como música primigenia que parece activarse sólo cuando el silencio cobra forma. Pitágoras llamaba a esas frecuencias o proporciones armoniosas y universales, Armonía de las esferas, aquello poderoso e invisible que lo gobierna todo, incluso los astros, pero tan sutil que se vuelve sonoro en la música.
Más allá del uso de materiales industriales y de su diálogo abierto con referentes tan propios como los cinéticos venezolanos, su obra se construye desde necesidades y preocupaciones que indagan el origen y que asumen la hibridez de los límites convencionales, aquellos que defienden la "purezas" la de los medios y del lenguaje. Su obra admite e integra la geometría y la mancha, la impresión y el trazo manual; la tela, el papel, el panel con el plexiglás y el nylon, así como en la trama rigurosa y calculada de la razón se entreteje el instante, el gesto, y evidentemente la emoción.
Su obra es curiosa e intrigante, fina de inteligencia y factura. Pero no busca engañar
con sus astucias, por el contrario, revela su principio y su fin, sin discursos ni espectáculos. Incluso el proceso se hace visible en cada pieza y en toda la muestra como cuerpo coherente. Y él sabe que éste es sólo el principio, que su itinerancia ha marcado este lugar como hito, pero para continuar sin tregua. Todo está por hacer.
Ileana Viteri, Mayo 2017
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